Por qué seguir soñando
No sabía ni me había cuestionado hasta ese momento cómo era vivir 50 años sin saber leer ni escribir. Me sorprendí con datos como que algunas contaban las estaciones del metro y recordaban los números, que gracias a la buena memoria visual recordaban algunas calles, que debían ir con alguien de mucha confianza a hacer trámites, e incluso que un ex marido-luego de 30 años de matrimonio-nunca supo que su señora no sabía leer. Por lo mismo, no dimensioné hasta ese momento la valentía que hay que tener para reconocerlo y decidirse a esas alturas de la vida, a aprender.
Algunas nunca recibieron educación, otras desistieron por la aversión de los castigos por no aprender en su momento, otras porque tuvieron que trabajar, porque fueron madres muy jóvenes.
Esta realidad me golpeó fuerte las primeras veces. Reflexioné acerca de mis oportunidades, pero más que eso, sentí mi fortuna. La mayoría de las veces profeso desgano ante las fotocopias que esperan por ser leídas; no había advertido que en vez de una desdichada obligación era un maravilloso privilegio.
No recordaba cuánto cuesta aprender a leer. Aprendí a los cuatro años y medio porque mi abuelo, amorosamente y con dulce paciencia, me enseñó con el silabario hispanoamericano. Y pensaba en la señora E. a quién le pegaban por no poder juntar bien las sílabas a los ocho. El temor a esos castigos la hizo desistir de intentarlo y se convenció de que no podría hacerlo.
Un día conocí a don E. quien también estaba aprendiendo a leer. Por problemas de salud no pudo ir al colegio y su padre nunca le volvió a decir que fuera. Ha trabajado toda la vida de obrero y es muy bueno en matemáticas. Con lágrimas en los ojos me contó que quería aprender a leer para estudiar administración. Y su sueño más inmediato era poder en leer en público cualquier cosa.
De inmediato recordé varios discursos que tuve que dar en el colegio o disertaciones de
Creo que más allá de las personas puedan optar bien o mal, me es fundamental que puedan optar. Varias veces he escuchado casos en que voluntarios hacen un enorme esfuerzo, por ejemplo, por conseguir alimentos, pero que luego la gente vende en vez de consumirlos. Sí, es frustrante, pero creo que la labor del voluntario consiste en acercar oportunidades y que de ahí cada uno decida lo que crea mejor de acuerdo a sus circunstancias y necesidades.
El mismo don E. me dijo aquella vez algo muy importante que jamás había pensado. Mencionó que la mayoría de la gente aprende a leer cuando son niños y que resulta más fácil porque el cerebro es más plástico. Sin embargo, los niños no tienen un criterio formado y pueden usar las cosas que saben para bien o para mal. Don E. estaba muy contento de aprender ahora, a sus 46 años, que ya sabía bien lo que quería y estaba seguro que aprovecharía todas y cada una de las oportunidades que se le presentaran de aquí en adelante, teniendo como guía la experiencia adquirida con los años, en contraste a la insensatez que mucha veces tiene la juventud.
Aprendí mucho de todas las personas que he conocido en estos meses. Me han mostrado una forma distinta de vivir la vida y me contagian el goce de las cosas simples, el humor a flor de piel y las ganas de ser mejor cada día.
Estamos en esta iniciativa desde marzo y el paso acelerado de la vida me han cansado muchas veces hasta el punto de pensar ¿vale la pena que siga en esto? ¿Vale la pena invertir mi tiempo en esto antes que en otras cosas? Y gracias al señor y la señora E. hoy me siento más segura que nunca de que esto quiero hacer en mi vida y que contribuir es más fácil de lo uno piensa. Sólo hay que tener perseverancia, paciencia y estar concientes de que, como dijo Jorge anteriormente, no es solidaridad sino que responsabilidad.
...de los sueños nacen las grandes obras...sigamos soñando juntos.
Mackarena Duhalde
Área de Recursos Humanos
Mackarena Duhalde
Área de Recursos Humanos